¿Desvanecerse o florecer?
¿Y si me había apurado? ¿Y si todo lo que había ideado en mi cabeza se estaba desvaneciendo? No me sorprendía. Me daba bronca. Me daba bronca haber ido con freno de mano, que me lo sacaran, mandarme y que me volvieran a tirar.
Porque era la segunda, o quizá la tercera, si contamos desde mi nacimiento.
Iba a ser difícil que volviera a creer genuinamente en alguien. En lo que tienen para dar, en las promesas eternas que hasta yo hago. Porque nadie tiene algo para dar. Nadie va a dejar de lado sus cosas por otro. Nadie, solo mamá.
Mamá había dejado todo por nosotras, y por ella. Fue fuerte, y eso creía yo que nosotras íbamos a ser. Y cuando me lograban decepcionar de nuevo solo pensaba en ella. Su fortaleza, su intuición y su impaciencia por irse de los lugares que la ponían incómoda.
Me desbordaban las ganas de llorar esa tarde en la oficina. Esa tarde en donde todo comenzaba a desdibujarse. Esa tarde en donde presentí el principio del fin. Misma época, misma estación, un año después, la historia se repetía. Las paredes blancas se volvían grises y la llegada del invierno iba a traer más que un frío mes.
"No me decepciones", pensaba por dentro. "Por favor, vos no". Es que mi corazón ya le pertenecía.
Pero poco a poco, como crónica de una muerte anunciada, mi ilusión se iba apagando.
Siempre viví adelantada en el tiempo. Siempre lo traté en terapia. Siempre me preocupé por disfrutar más el presente, o eso intentaba. Pero ahí estaba, nuevamente, cayendo en un final anticipado. Buscando excusas, o quizá no. Quizá no eran excusas y no me iba a bancar nada de nadie. Porque en fin, eso somos. Como venimos, nos vamos. Y como contamos algo, nos arrepentimos. Pero todo eso solos, siempre solos. Hay que hacerse cargo. Las decisiones las toma uno.
Tiempo atrás le había puesto nombre a mi inseguridad. Pero si teníamos que hablar en serio, tenía un sinfín de nombres:
Mis amigas de la infancia.
Mis mejores amigas de la adolescencia.
Mi padre.
Mi tía.
Mi primer novio.
Mi primer amor no correspondido.
Mi segundo amor no correspondido.
Algunos profesores.
Algunos compañeros.
La amiga con la que viví por más de diez años.
Mi hermano mayor.
Todos ellos en algún punto, en algún momento, me habían decepcionado. Y quizá yo a ellos, ¿por qué no?
Sentía que parte de haber madurado, era aceptar que yo tampoco hacía las cosas de forma perfecta. Y que ellos, como todos, "tenían sus cosas". ¿Y qué podía hacer yo para cambiarlos? Nada. La respuesta siempre era nada, y me conformaba.
Me dejaba tranquila y reposando el pensar que las cosas me excedían, que los vínculos eran de a dos, siempre. Que si no había esfuerzo de un lado, tampoco tenía que haberlo del mío. Pensaba que no involucrarme iba a repercutir "en manos del destino". A la deriva, a lo que tenga que ser, a la famosa frase "las cosas pasan por algo".
Con el tiempo desarrollé la capacidad de comunicar. De exponer, de hablar, de expresar, de escupir todo, absolutamente todo, lo que me pasaba. El único problema, y no por eso menos importante, es que mi desarrollo de la comunicación, desnuda, transparente y genuina, se daba a través de la escritura.
Ahí empecé a hacer uso de los textos extensos para darme a conocer. Después de todo, esa era yo, totalmente despojada de trabas, comunicando a mi manera y de la forma menos hipócrita que había encontrado.
Elegí escribir algo a cada uno de ellos. Algo que englobe todo. Realidades, hechos y fantasías. Lo que me hubiera gustado que sea, y lo que fue.
Falta mucho aún. Y con mucho me refiero a meses, años, vidas y personas. Seguramente nos decepcionen de nuevo, y nosotros a otros, pero nada, absolutamente nada, es tan grave como parece.
Pienso en lo sencillo de algunas cosas y me adentro en eso como modo de vida, porque realmente, en algún momento solo voy a ser un cuerpo despojado de corazón. Y con corazón me refiero al alma, el cual, es lo único que me importa hacer perdurar a través del tiempo, los planos y dimensiones de esta física llamada universo, en el cual, me sitúo hoy.
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