La otra cara de la moneda

Hace tiempo vi dos fotos publicadas en alguna de esas tantas redes sociales que usa mi hija. Era una seguida de la otra.
La primera, un tipo junto a su mujer. Hegemónicos, en armonía, con un fondo verde repleto de hojas, y a su lado, un perro. Lo llevaban con una correa. No indagué mucho en el perro, pero creo que era un Pastor Alemán.
Se veían felices, acompañados, con una sonrisa fresca, esas de publicidad dental.
Al otro lado de la pantalla, era él, nuevamente. Su pelo canoso y largo. Estaba solo, con su perro.
Me pareció asombrosa esa manera tan fácil y rápida de reconocer el paso del tiempo. De ejemplificar, de trasladar, de transitar.
No lo dudé un segundo. Lo que me transmitía la primera foto era totalmente opuesto a lo que me transmitía la segunda, pero nada se comparaba con lo que ambas fotos, en su complementación, me causaban.
Me sentí  totalmente identificado con la segunda. Si bien mi matrimonio era todo un éxito, o al menos para mi, me sentí conectado con aquel hombre solitario.
Disfruto caminar a las altas horas de la madrugada por la casa. Me gusta sentarme en el sillón verde que nos compró mamá, y leer revistas de principios de los 2000. Es cuando siento que estoy solo, que estoy siendo yo, y que dejo de fingir por un instante ser todo lo que alguna vez odié o dije que no iba a ser.
Solía sentir que pertenecía a este lugar. Que este espacio era aún mejor con mi presencia. Pero, la verdad que mi presencia hoy por hoy no es mas que ausencia. Estoy donde no quiero estar, y quiero estar donde alguna vez dije no querer.




Será la condición del hombre de nunca estar satisfecho, y tratar de autoconvencerse de que es en búsqueda de algo mejor.

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