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¿Desvanecerse o florecer?

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 ¿Y si me había apurado? ¿Y si todo lo que había ideado en mi cabeza se estaba desvaneciendo? No me sorprendía. Me daba bronca. Me daba bronca haber ido con freno de mano, que me lo sacaran, mandarme y que me volvieran a tirar. Porque era la segunda, o quizá la tercera, si contamos desde mi nacimiento. Iba a ser difícil que volviera a creer genuinamente en alguien. En lo que tienen para dar, en las promesas eternas que hasta yo hago. Porque nadie tiene algo para dar. Nadie va a dejar de lado sus cosas por otro. Nadie, solo mamá. Mamá había dejado todo por nosotras, y por ella. Fue fuerte, y eso creía yo que nosotras íbamos a ser. Y cuando me lograban decepcionar de nuevo solo pensaba en ella. Su fortaleza, su intuición y su impaciencia por irse de los lugares que la ponían incómoda. Me desbordaban las ganas de llorar esa tarde en la oficina. Esa tarde en donde todo comenzaba a desdibujarse. Esa tarde en donde presentí el principio del fin. Misma época, misma estación, un año despué...

Mamma mia: Italia, la pasta y los tanos.

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Aterrizamos y yo seguía en pleno vuelo. Mi cabeza no creía donde estaba, y mi corazón menos. Cada vez que frenaba para concentrarme en lo que estaba pasando, sucedía algo nuevo.  Los italianos, tanto para hablar de ellos. Caballería con mala fama y realidad incrédula al otro lado del Atlántico.  Dimos vueltas caminando, entramos a un bar de primera. Mi amiga y yo asustadas con el valor de los tragos, pero nos tragamos el miedo, y más tarde el orgullo, porque dejamos que nos lo paguen.  Nos llevaron en su pequeño auto por un sinfín de curvas subiendo el cerro, hacia la mejor vista panorámica de La Spezia. Increíbles las vueltas de la vida. Increíble como nos topamos los unos con los otros, y como nos regalamos postales únicas de una noche entrante de primavera con luces cálidas que desplegaban su reflejo en el mar. De vez en vez nos mirábamos y era una película, de esas que te atrapan y querés volver para atrás a ver la escena completa de nuevo, porque sabes que esa s...

Chi chi chi le le le, Barcelona y un argentino de San Isidro por

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Nos conocimos en un free walking tour, en una de las ciudades más lindas, a mi entender, del mundo: Barcelona. Nosotras 3 y ellos 2. Nosotras 3, pero desesperadas 2. Rápidamente nos percatamos que estaban ahí parados, porque por lo general la gente que se apunta a este tipo de actividades son adultos, parejas, nada interesante para ir a compartir un trago después.  Pero ahí estaban, él y su hermano. Intercambiamos miradas pero ni una sola palabra. Nos hicieron presentar a cada grupo, y ahí supimos que eran chilenos, en otras palabras, de baja. El total del recorrido duró 2hs y cuando finalizó, cada uno por su cuenta.  Esa noche las chicas comían paella, pero yo, siempre contra la corriente, y gastando el triple en un mundo donde ser activista es donar un órgano para poder comer, me fui al bar de al lado donde la comida era a base de plantas. Volví con mi burrata a las mesas comunes de un hostel medio pelo, pero simpaticón. Mis amigas sentadas con su plato de comida. De pronto,...

El agua para los ravioles

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Estoy sentada entre luces rojas y charlas que me exasperan.  Pasas a unos metros y te reconozco de entrada. Por instinto mirás para donde estoy. Es que años atrás solíamos sentarnos ahí.  Hace unos días intercambiamos palabras digitales. Me hiciste emocionar, y yo a vos. De repente, nos encontramos en una esquina. Caminamos, sin tocarnos, de Núñez hasta el centro. Me dijiste que presentías que ibas a cruzarme ese día, y así fue.  Llegamos a mi casa y nos despedimos con distancia. Hace tres años nos conocimos, y dejame decirte, todavía nadie me inspiró a usar ese modo de querer.  Te pedí un consejo, y me lo diste. Si pudiera, si estuviera naturalizado, eligiría seguir viéndote todos los días. De Vidt hasta Larrea y de ahí directo a Repetto. Me animaría a bailar en la calle y andaría en bicicleta de noche. Me pondría la mochila sin dartela hasta que me ganes por cansancio. Pediría comida en La Casita China y te esperaría sentada en la parada del Alto Palermo hasta que ...

La hora del café, si es que existe

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Todas las tardes se dirigía hacia la misma salida de la línea B. Paraná y Av. Corrientes. Desde la apertura de puertas del subte ya sabía lo que se venía. Caminaba veinte pasos y se cruzaba con una vidriera repleta de fragantes cajas de chocolates que inundaban el ambiente a pocos metros de la entrada. Hacia pocas semanas que esta situación se había vuelto parte de su rutina, y, por alguna razón, era una de sus partes favoritas del día.  Cada lunes y martes, frente a esa pared transparente por la cual se refractaban múltiples rayos de sol que provenían del oeste de la ciudad, estaba él. Aparentaba ser un abuelo, del cuál nunca supo su nombre, pero la esperaba todas las tardes, alrededor de las 18.30 horas para saludarla, inclinando su mano de derecha a izquierda.  Ella, con la música al palo resonando en sus oídos, le devolvía el mismo gesto e inmediatamente comenzaba a sonreír.  Zapatos, zapatillas, botas de lluvia. Los días pasaban y las prendas de ropa también. Ella de...

La otra cara de la moneda

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Hace tiempo vi dos fotos publicadas en alguna de esas tantas redes sociales que usa mi hija. Era una seguida de la otra. La primera, un tipo junto a su mujer. Hegemónicos, en armonía, con un fondo verde repleto de hojas, y a su lado, un perro. Lo llevaban con una correa. No indagué mucho en el perro, pero creo que era un Pastor Alemán. Se veían felices, acompañados, con una sonrisa fresca, esas de publicidad dental. Al otro lado de la pantalla, era él, nuevamente. Su pelo canoso y largo. Estaba solo, con su perro. Me pareció asombrosa esa manera tan fácil y rápida de reconocer el paso del tiempo. De ejemplificar, de trasladar, de transitar. No lo dudé un segundo. Lo que me transmitía la primera foto era totalmente opuesto a lo que me transmitía la segunda, pero nada se comparaba con lo que ambas fotos, en su complementación, me causaban. Me sentí  totalmente identificado con la segunda. Si bien mi matrimonio era todo un éxito, o al menos para mi, me sentí conectado con a...

Una lluvia en mayo

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Muchas veces nos preguntamos cómo hubiese sido, y no tuvimos respuesta. No nos atrevimos a ser los que cuestionaban porque siempre creímos que no era nuestro rol.  Nos acostamos algunas noches hace un tiempo atrás. Hoy ya no recuerdo cómo fue, otros cuerpos pasaron sobre mi. Pero él, él si nos recuerda. Sus ojos son del color del cielo, de esos que te miran y reflejan sus inseguridades. Es un ser humano tan precioso que no hace otra cosa más que generar ganas de darle la espalda.  No hubo tiempo para despedidas, el avión ya había arribado. Mi conciencia y yo ya íbamos a dejar de estar tranquilas. Caminamos bajo la lluvia la primera vez que salimos a la calle juntos. Juan B Justo era un buen lugar para subir al auto. Manejamos durante 10 minutos y llegamos a un puente sobre la autopista. No estábamos solos. Él no habló en todo el viaje, simplemente dejó que nosotras inundemos el ambiente con nuestras anécdotas y risas.  Días después en la oficina empezamos a pasar ...